Amparo está inmóvil, con los brazos a la altura de la cabeza, petrificada por el pánico, cerrando los ojos en una contracción de todas sus facciones, abriéndolos de vez en cuando para mirar hacia abajo y ver que la tortura no ha acabado, que el horror sigue fluyendo a su alrededor. En realidad, lo que la rodea, a la altura de sus caderas, no es más que una profusión, una abundancia tal vez excesiva, un oleaje de lomos curvos y ondulantes, en los que se marcan unas vértebras. Pero las aguas, en su avance, las aguas pardo-grisáceas, se abren y rodean a la aterrorizada mujer sin apenas tocarla.
Fin, David Monteagudo
Acantilado
Pàg. 290
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada